«Al llegar donde estaba Jesús, viendo que ya estaba muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados con una lanza le atravesó el costado, e inmediatamente salió sangre y agua. Quien lo ha visto da testimonio de ello y su testimonio es verdadero; él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis (Jn 19, 33-35)».
Con este significativo pasaje del Evangelio según San Juan, correspondiente a la Liturgia del Viernes Santo, dÃa en el que se conmemora la Pasión y Muerte de Jesús en la cruz; el Padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, introdujo su homilÃa en esta celebración presidida por el Papa Francisco en la BasÃlica de San Pedro; explicando que nadie podrá nunca convencernos de que esta solemne declaración no corresponda a la verdad histórica, es decir; “que quien dice que estaba allà y vio, en realidad no estaba allà y no vioâ€; ya que en tal caso se pondrÃa en juego la honestidad del autor, que además nos dice: “a los pies de la cruz, estaba la Madre de Jesús y, junto a ella, «el discÃpulo que Jesús amaba».
“Tenemos por tanto la presencia de un testigo ocularâ€, afirmó el fraile capuchino, haciendo referencia a Juan, el joven seguidor del Maestro; que en aquel momento «vio no sólo lo que ocurrÃa bajo la mirada de todos, sino que, a la luz del EspÃritu Santo, después de la Pascua; vio también el sentido de lo que habÃa sucedido: que en ese momento era inmolado el verdadero Cordero de Dios y se realizaba el sentido de la Pascua antigua; que Cristo en la cruz era el nuevo templo de Dios».
En la Cruz contemplamos la auto-donación de Dios
Reflexionando sobre el significado más intrÃnseco de la cruz de Cristo, y de la omnipresencia del Crucificado en nuestras iglesias, en los altares y en cualquier lugar frecuentado por cristianos; el Padre Cantalamessa propuso dos claves de lectura para este misterio cristiano, apoyándose en la sugerencia que afirma que Dios se revela «sub contraria specie», es decir; bajo lo contrario de lo que él es en realidad: revela su potencia en la debilidad, su sabidurÃa en la necedad, su riqueza en la pobreza.
“Sin embargo, esta clave de lectura no se aplica a la cruzâ€, añadió el predicador, señalando que en la cruz, Dios se revela «sub propia specie», es decir, por lo que él es, en su realidad más Ãntima y más verdadera.
«Dios es amor», escribe Juan (1 Jn 4,10), amor oblativo, y sólo en la cruz se hace manifiesto hasta dónde se abre paso esta capacidad infinita de auto-donación de Dios.
«Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1); «Tanto amó Dios al mundo que dio (¡a la muerte!) al Hijo unigénito» (Jn 3,16); «Me amó y entregó (¡a la muerte!) a sà mismo por mû (Gál 2,20).
La fidelidad de los jóvenes que siguen a Jesús
Y al igual que en este contexto de la Pasión de Jesús, el testimonio de su joven discÃpulo resultó fundamental para la posterior historia del cristianismo; también hoy en dÃa, el testimonio de fidelidad de los jóvenes que continúan siguiendo los pasos del Crucificado, son la clave del enriquecimiento espiritual de la Iglesia futura.
Al respecto, el padre Cantalamessa recordó que en el año en que la Iglesia celebra un SÃnodo sobre los jóvenes y quiere ponerlos en el centro de la propia preocupación pastoral, esta presencia en el Calvario del discÃpulo que Jesús amaba, encierra un mensaje especial.
«Nos esforzaremos en este año por descubrir qué espera Cristo de los jóvenes, qué pueden dar a la Iglesia y a la sociedad. Lo más importante, sin embargo, es otra cosa: hacer conocer a los jóvenes lo que Jesús tiene que aportarles. Juan lo descubrió estando con él: vida en abundancia, alegrÃa plena».
No debemos amar el mundo que nos aleja de Dios
Además del ejemplo de su vida, el evangelista Juan dejó también un mensaje escrito a los jóvenes. En su Primera Carta leemos estas conmovedoras palabras de un anciano a los jóvenes de sus Iglesias:
«Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno. ¡No améis el mundo, ni las cosas del mundo!» (1 Jn 2,14-15)
En este sentido, el predicador capuchino hizo hincapié en que el mundo que no debemos amar es aquel que ha llegado a estar bajo el dominio de Satanás y del pecado, y que por el contrario, el mundo que sà debemos buscar para entregarle nuestro amor, es precisamente, aquel creado y amado por Dios.
Y dirigiéndose especialmente a los jóvenes cristianos, al igual que en su dÃa lo hizo también el discÃpulo amado de Jesús, pero ya desde su ancianidad; el Padre Cantalamessa concluyó su sermón exhortándolos a que sean capaces de tomar la dirección opuesta, a “tener la valentÃa de ir contracorriente, ya que la dirección opuesta, para nosotros los cristianos, no es un lugar, sino una persona: es Jesús nuestro amigo y redentorâ€.