El Papa a nuevos obispos: buscar la santidad para vencer el mal

Patricia Ynestroza-Ciudad del Vaticano

El Santo Padre recibió a 130 nuevos obispos participantes en el curso promovido por la Congregación para los Obispos. Los prelados pertenecen a esta dicasterio y a la Congregación para las Iglesias Orientales. El Papa en su mensaje saluda a los nuevos pastores de la Iglesia, que, en la perspectiva de la alegría del Evangelio, han buscado leer el misterio de su identidad apenas recibida en don por Dios. Les hablo, dijo, de vuestras tareas como pastores: la tarea de la santidad. Han sido elegidos por el Padre, que conoce los secretos de los corazones, para que lo sirvan día y noche, para acercarlo a vuestros fieles.

Ustedes no son fruto de un escrutinio humano, sino que vuestra elección viene desde lo Alto. Por tanto, Francisco les pidió que se deben consumar día y noche, no con una dedicación intermitente, o una fidelidad a fases alternas, o una obediencia selectiva. Permanezcan vigilantes, dijo, incluso cuando la luz desaparece, o cuando Dios mismo está escondido en la oscuridad, cuando se insinúa la tentación de retirarse y el malvado, que siempre acecha, sugiere sutilmente que, a estas alturas, el amanecer ya no vendrá. Entonces de nuevo, póstrense en la tierra, para escuchar a Dios que habla y renueva su promesa jamás desmentida.

Buscar la santidad para vencer el mal

El papa les pide que busquen su santidad, pero que no sea provocada por el aislamiento, sino que prospere y de fruto en el cuerpo viviente de la Iglesia que el Señor les ha confiado, así como a los pies de la cruz dio a su Madre al discípulo amado. Acójanla, afirmó el Papa, como esposa para amar, una virgen para ser cuidada, una madre fecunda. Que vuestro corazón no se distraiga de otros amores; estén atentos para que el suelo de sus iglesias sea fértil para la semilla de la Palabra y nunca pisoteado por los jabalíes. ¿Cómo lo harán? Se pregunta el Pontífice, recordando que no somos nosotros el origen de nuestra “porción de santidad”, sino que es siempre Dios.

Es una santidad consciente de que solamente la paternidad que está dentro de cada uno es lo más efectivo, más grande, más valioso, más necesario que pueden ofrecer el mundo. Es una santidad que crece mientras se descubre que Dios no es domesticable, no necesita recintos para defender su libertad, y santifica lo que toca.

Vencer la soledad y el abandono con la Carne de Cristo

El Pontífice es consciente de cómo la soledad y el abandono acechan en nuestro tiempo, se expande el individualismo y crece la indiferencia hacia el destino de los demás. Millones de hombres y mujeres, niños, jóvenes se pierden en una realidad que ha oscurecido los puntos de referencia y se desestabilizan por la angustia de pertenecer a la nada. Su destino no interpela la conciencia de todos y, a menudo, lamentablemente, aquellos que tienen la mayor responsabilidad, culpablemente, se apartan.

Pero como dice el Papa, no se les permite ignorar la carne de Cristo, que les ha sido confiada no solo en el sacramento que rompemos, sino también en las personas que se les ha heredado. La santidad, dijo el Santo Padre, es tocar esta carne de Dios que les precede, es entrar en contacto con su bondad. Miren los pastores llamados en la noche de Belén: encontraron en aquel Niño la bondad de Dios, es una alegría que nadie podrá robarles. Miren a la gente que de lejos observaba el Calvario: regresaron a sus casas golpeándose el pecho porque habían visto el cuerpo sangrante del verbo de Dios. La visión de la carne de Dios excava en el corazón y prepara el lugar donde poco a poco toma su demora la divina plenitud.

Trabajar en comunión con especial atención a clero y seminarios

Por tanto, el Obispo de Roma les pidió a los nuevos obispos que no se avergüencen de la carne de sus iglesias. Que dialoguen con sus fieles, que tengan una especial atención al clero y a los seminarios. No podemos responder a las responsabilidades que tenemos con ellos, sin antes actualizar nuestros procesos de selección, acompañamiento y evaluación. Pero nuestras respuestas carecerán de futuro si no alcanzamos una profundidad espiritual que, en muchos casos, ha permitido debilidades escandalosas, también debemos descubrir el vacío existencial que esas debilidades han nutrido, debemos revelar por qué Dios ha sido callado, por qué lo han silenciado y tan alejado de una determinada forma de vida, como si no estuviera allí.

Y aquí cada uno de ustedes tiene que entrar en lo más profundo de sí mismo y preguntarse qué se puede hacer para hacer más santo el rostro de la Iglesia que gobernamos en nombre del Supremo Pastor. No sirve de nada señalar con el dedo a los demás, fabricar chivos expiatorios, arrancarse los vestidos, excavar en la debilidad de los demás. Es necesario trabajar juntos y en comunión, ciertos que la auténtica santidad es la que Dios cumple en nosotros, cuando dóciles a su Espíritu regresamos a la sencilla alegría del Evangelio, para que la beatitud nos haga carne para los demás, en nuestras elecciones y en nuestras vidas.

Poner a Dios al centro de su ministerio

Francisco les pide a los nuevos obispos que pongan a Dios al centro de su ministerio, porque Él es Aquel que pide todo, pero en cambio ofrece la vida plena. No es aquella vida diluida y mediocre, sin sentido porque está llena de soledad y orgullo, si no la vida que fluye de su compañía que nunca falla, desde la humilde fuerza de la cruz de su Hijo, desde la serena seguridad del amor victorioso que vive en nosotros. No se dejen tentar de las historias de catástrofes o profecías de desastres, afirmó, porque lo que realmente importa es perseverar evitando que se enfríe el amor, o mantener alta la mirada hacia el Señor, porque la Iglesia no es nuestra, sino que pertenece a Dios, Él estaba antes que nosotros y estará después de nosotros. El destino de la Iglesia, del pequeño rebaño, está escondido victoriosamente en la cruz del Hijo de Dios.

Nuestros nombres están esculpidos en el corazón de Dios, nuestra suerte está en sus manos. Por tanto, señaló el Papa, no gasten sus mejores energías para contabilizar fallos o reprochar la amargura, dejando que su corazón se encoja y reduzca sus horizontes, sino más bien que Cristo sea su alegría, el Evangelio y su alimento. Mantengan su mirada fija solamente en el Señor Jesús y, acostumbrándose a su luz, dijo, sepan buscarla incesantemente incluso donde se refracta, incluso a través de humildes resplandores.

“Allí, en las familias de sus comunidades, donde, en la paciencia persistente y en la generosidad anónima, el don de la vida se acuna y nutre. Allí, donde está en los corazones la certeza frágil pero indestructible de que prevalece la verdad, que el amor no es en vano, que el perdón tiene el poder de cambiar y reconciliar, que la unidad vence siempre a la división, que el valor de olvidarse de sí mismo por el bien del otro es más satisfactorio que la primacía intangible del ego”.

“Allí, donde tantos hombres consagrados y ministros de Dios, en la dedicación silenciosa de sí mismos, perseveran a pesar de que el bien a menudo no hace ruido, que no es el tema de los blogs, ni aparece en las primeras páginas. Ellos siguen creyendo y predicando valientemente el Evangelio de la gracia y la misericordia a los hombres sedientos de razones para vivir, para tener esperanza y para amar. No están asustados por las heridas de la carne de Cristo, siempre infligidas por el pecado y algunas veces por los hijos de la Iglesia”.

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