Renato Martinez – Ciudad del Vaticano
“Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz hemos sido salvados para que nadie apague la alegrÃa del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padreâ€, lo dijo el Papa Francisco en su homilÃa en la Misa del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, celebrada en la Plaza de San Pedro, este domingo 25 de marzo, fecha en la que también se celebra la XXXIII Jornada Mundial de la Juventud y el 23° Aniversario de la EncÃclica “Evangelium Vitae†de San Juan Pablo II.
Nuestro vivir cotidiano como discÃpulos
En su homilÃa, el Santo Padre recuerda que, la liturgia de este domingo nos invita a hacernos partÃcipes de la alegrÃa y la fiesta del pueblo que es capaz de alabar a su Señor; pero al mismo tiempo nos dice que esa alegrÃa se empaña y deja un sabor amargo y doloroso al terminar de escuchar el relato de la Pasión. “Pareciera que en esta celebración – señala el PontÃfice – se entrecruzan historias de alegrÃa y sufrimiento, de errores y aciertos que forman parte de nuestro vivir cotidiano como discÃpulos, ya que logra desnudar los sentimientos contradictorios que también hoy, hombres y mujeres de este tiempo, solemos tenerâ€.
Sentimientos, afirma el Papa, que son capaces de amar mucho y también de odiar mucho; capaces de entregas valerosas y también de saber «lavarnos las manos» en el momento oportuno; capaces de fidelidades pero también de grandes abandonos y traiciones.
El canto y la alegrÃa espontánea de tantos “postergadosâ€
Este relato evangélico del ingreso de Jesús a Jerusalén, precisa el Papa Francisco, puede suscitar cantos y alegrÃa, pero también, enojo e irritación en manos de algunos. “Podemos imaginar – afirma el PontÃfice – que es la voz del hijo perdonado, del leproso sanado o el balar de la oveja perdida que resuena con fuerza en ese ingreso. Es el canto del publicano y del impuro; es el grito del que vivÃa en los márgenes de la ciudad. Es el grito de hombres y mujeres – subraya el Papa – que lo han seguido porque experimentaron su compasión ante su dolor y su miseria. Es el canto y la alegrÃa espontánea de tantos postergados que tocados por Jesús pueden gritar: «Bendito el que llega en nombre del Señor»â€.
Esta alegrÃa y alabanza, de los postergados agrega el Obispo de Roma, resulta incómoda y se transforma en sinrazón escandalosa para aquellos que se consideran a sà mismos justos y «fieles» a la ley y a los preceptos rituales. “AlegrÃa insoportable – señala el Papa – para quienes han bloqueado la sensibilidad ante el dolor, el sufrimiento y la miseria. AlegrÃa intolerable para quienes perdieron la memoria y se olvidaron de tantas oportunidades recibidasâ€.
El grito del “malhechor†que sólo confÃa en sus propias fuerzas y se siente superior a los demás
Es difÃcil comprender la alegrÃa y la fiesta de la misericordia de Dios para quien quiere justificarse a sà mismo y acomodarse, afirma el Papa Francisco, es difÃcil poder compartir esta alegrÃa para quienes solo confÃan en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros y asà nace el grito del que no le tiembla la voz para gritar: «¡CrucifÃcalo!». “No es un grito espontáneo – puntualiza el PontÃfice – sino el grito armado, producido, que se forma con el desprestigio, la calumnia, cuando se levanta falso testimonio. Es la voz de quien manipula la realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en «manchar» a otros para acomodarseâ€.
Es el grito, agrega el Santo Padre, del que no tiene problema en buscar los medios para hacerse más fuerte y silenciar las voces disonantes. Es el grito que nace de «trucar» la realidad y pintarla de manera tal que termina desfigurando el rostro de Jesús y lo convierte en un «malhechor». Es la voz del que quiere defender la propia posición desacreditando especialmente a quien no puede defenderse. Es el grito fabricado por la «tramoya» de la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia que afirma sin problemas: «CrucifÃcalo, crucifÃcalo».
De este modo, concluye el Papa, se termina silenciando la fiesta del pueblo, derribando la esperanza, matando los sueños, suprimiendo la alegrÃa; asà se termina blindando el corazón, enfriando la caridad. Es el grito del «sálvate a ti mismo» que quiere adormecer la solidaridad, apagar los ideales, insensibilizar la mirada… el grito que quiere borrar la compasión.
La Cruz de Cristo el último grito
Frente a todas estas voces y gritos, afirma el Papa Francisco, el mejor antÃdoto es mirar la cruz de Cristo y dejarnos interpelar por su último grito. “Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz – señala el PontÃfice – hemos sido salvados para que nadie apague la alegrÃa del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre. Mirar la cruz es dejarse interpelar en nuestras prioridades, opciones y acciones. Es dejar cuestionar nuestra sensibilidad ante el que está pasando o viviendo un momento de dificultadâ€.
“Jóvenes, está en ustedes no quedarse calladosâ€
Antes de concluir su homilÃa, el Santo Padre dirigió su atención a los jóvenes, a quienes invitó a no quedarse callados, sino a manifestar la alegrÃa de haber encontrado a Jesús. “Hacer callar a los jóvenes es una tentación que siempre ha existido… Hay muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes. Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan «ruido», para que no se pregunten y cuestionen. Hay muchas formas de tranquilizarlos para que no se involucren y sus sueños pierdan vuelo y se vuelvan ensoñaciones rastreras, pequeñas, tristesâ€.
Queridos jóvenes, dijo el Papa, está en ustedes la decisión de gritar, está en ustedes decidirse por el Hosanna del domingo para no caer en el «crucifÃcalo» del viernes. “Está en ustedes no quedarse callados. Si los demás callan, si nosotros los mayores y los dirigentes callamos, si el mundo calla y pierde alegrÃa, les pregunto: ¿Ustedes gritarán?