Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano
El Colegio Seminario SS. Carlos y Marcelo fue el escenario del encuentro del Papa con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas del Perú. Agradeciendo las palabras que Mons. José Antonio Eguren Anselmi, Arzobispo de Piura le dirigió, el PontÃfice, con la concreción y la pedagogÃa que lo caracteriza, desarrolló su discurso en tres puntos, previa reflexión sobre la fe y la vocación, tras poner la mirada en Toribio de Mogrovejo, misionero y Santo Patrono del episcopado latinoamericano.
La virtud de ser memoriosos
Poniendo el centro en las raÃces, Francisco precisó que ellas son lo que nos sostiene a lo largo del tiempo y de la historia para crecer hacia arriba y dar fruto. “Nuestras vocaciones – dijo- tendrán siempre esa doble dimensión: raÃces en la tierra y corazón en el cieloâ€. Y porque un árbol que no tiene raÃces se marchita, el Papa lo comparó con la vida espiritual : “da mucha pena ver algún obispo, cura o monja marchito”, pero “mucha más pena da cuando veo seminaristas marchitos”, agregó. “Esto es muy serio: la Iglesia es buena, es Madre, y si ven que no pueden, por favor, hablen antes de tiempo, antes de que sea tarde. Antes que se den cuenta que ya no tienen raÃces y que se están marchitando… Aún hay tiempo para salvar, porque Jesús vino a eso, y si llamó es para salvar”.
De allà que el Papa destacara la importancia de la memoria de la vocación: “la memoria – dijo – mira al pasado para encontrar la savia que ha irrigado durante siglos el corazón de los discÃpulos, y asà reconoce el paso de Dios por la vida de su puebloâ€.
Punto uno: La alegre conciencia de sÃ
El ejemplo del Papa para desarrollar el primer punto fue la figura de Juan el Bautista. Juan, dijo el Papa, “era hombre memorioso de la promesa y de su propia historiaâ€. Él tenÃa claro que él no era el MesÃas sino simplemente quien lo anunciaba. De este modo su figura manifiesta la conciencia del discÃpulo que sabe que no es ni será nunca el MesÃas, sino sólo un invitado a señalar el paso del Señor por la vida de su gente.
Asà el PontÃfice señaló que a los consagrados, se les pide simplemente “trabajar codo a codo con el Señor”, y, en ese sentido la memoria “libra de la tentación de los mesianismosâ€.
Una tentación, que según el Papa se combate de muchos modos, “pero también con la risaâ€, que da “la capacidad espiritual de estar delante del Señor con los propios lÃmites, errores y pecados, pero también con los aciertos y con la alegrÃa de saber que Él está a nuestro ladoâ€.
Por ese motivo Francisco aconsejó “cuidarse de la gente tan pero tan importante que, en la vida, se ha olvidado de sonreÃr”, dando como medicina dos pastillas: una “rezar y pedir la gracia de la alegrÃaâ€. “La segunda pastilla, – dijo- la puedes hacer varias veces por dÃa si la necesitas: mÃrate al espejoâ€, “¡el espejo sirve como cura!â€, bromeó.
Punto dos: La hora del llamado
El Papa destacó en el segundo punto la importancia de la memoria de la hora en que Cristo los tocó con su mirada, como a Juan el Bautista, quien grabó hasta la hora del encuentro con Jesús que le cambió la vida, marcando un antes y un después en su existencia: “eran las cuatro de la tardeâ€.
“Las veces que nos olvidamos de esta hora, nos olvidamos de nuestros orÃgenes, de nuestras raÃces; y al perder estas coordenadas fundamentales dejamos de lado lo más valioso que un consagrado puede tener: la mirada del Señorâ€, afirmó. Y les aseguró: “¡Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió, no fue por ser más numerosos que los demás, pues son el pueblo más pequeño, sino por puro amor! (cf. Dt 7,7-8)â€.
A seguir, el Santo Padre quiso detenerse en otro aspecto importante para él. Haciendo memoria de la fe que les fuera en muchos casos, transmitida por las familias, los exhortó a no olvidar, “y mucho menos despreciarâ€, la fe fiel y sencilla del pueblo.
“Sepan acoger, acompañar y estimular el encuentro con el Señor. No se vuelvan profesionales de lo sagrado olvidándose de su pueblo, de donde los sacó el Señor. No pierdan la memoria y el respeto por quien les enseñó a rezarâ€, les pidió, y les recordó también que el Pueblo fiel de Dios “tiene olfato y sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el servidor agradecidoâ€. “El Pueblo de Dios es aguantador, – reafirmó – pero reconoce a quien lo sirve y lo cura con el óleo de la alegrÃa y de la gratitudâ€.
Punto tres: La alegrÃa es contagiosa cuando es verdadera
Para dejar el legado de su tercer punto del discurso el Romano PontÃfice se centró esta vez en la figura de Andrés, quien tras haber estado con Jesús, volvió a casa de su hermano anunciándole que habÃa encontrado al MesÃas: “la noticia más grande que podÃa darle- dijo el Santo Padre. Y lo condujo a Jesúsâ€.
Asà el Papa anunció que “la fe en Jesús se contagiaâ€, que no puede confinarse ni encerrarse: los discÃpulos recién llamados atraen a su vez a otros mediante su testimonio de fe, como Andrés que comienza su apostolado por los más cercanos, por su hermano Simón, casi como algo natural, irradiando alegrÃa.
Pero hablando de la alegrÃa el Papa fue aún más allá: porque la alegrÃa abre a los demás, fue asertivo al decir que “en el mundo fragmentado que nos toca vivir, que nos empuja a aislarnos, somos desafiados a ser artÃfices y profetas de comunidad. Porque nadie se salva soloâ€.
En este punto de su discurso, puso en guardia sobre la tentación del “hijo único†que quiere todo para sÃ, y a quienes tengan que ocupar misiones en el servicio de la autoridad les pidió que “no se vuelvan autorreferenciales†y que traten de cuidar a sus hermanos: “procuren que estén bien –solicitó – porque el bien se contagiaâ€.
Tras pedir, casi al final de su discurso, que en los presbiterios haya más diálogo entre los ancianos y los jóvenes, solicitó particularmente a estos últimos que “hagan soñar a los viejos”, y recordando el libro de Joel capÃtulo 3, versÃculo 1, explicó: “porque si los jóvenes harán soñar a los viejos, los viejos harán profetizar a los jóvenes”.
Y citó también un antiguo refrán africano: “los jóvenes caminan rápido, y lo tiene que hacer, pero son los viejos los que conocen el caminoâ€.
En la conclusión, con la ternura de padre que lo caracteriza, el agradecimiento, la bendición apostólica y su pedido de oración por él, “a modo del Perú”.