El Papa en Santa Marta: No perder la capacidad de sentirnos amados

síntesis del concepto que expresó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta el primer martes de noviembre.

El Santo Padre reflexionó sobre el pasaje del Evangelio de San Lucaspropuesto por la liturgia del día, en el que Jesús narra una parábola, sin explicaciones, para responder a uno de los comensales que le había dicho: “¡Bienaventurado el que tomará la comida en el Reino de Dios!”. El Señor aconseja a quien debe invitar a alguien a su casa, que invite a quien no puede devolver la invitación.

Un hombre ofreció una gran cena – relata precisamente la parábola – e invitó a muchas personas. Los primeros invitados no quisieron ir porque no tenían interés ni por la cena, ni por la gente, ni por la invitación del Señor: estaban ocupados en sus propios intereses que eran más grandes que esa invitación. Estaba el que había comprado cinco pares de bueyes, el que había comprado un campo, o el que estaba recién casado. En una palabra – subrayó el Papa – se preguntaban qué habrían podido ganar. Estaban “ocupados” como aquel hombre que había construido depósitos para acumular sus bienes, pero que murió aquella noche.

Estaban apegados a sus intereses hasta el punto de que esto los llevaba a una “esclavitud del Espíritu”, es decir a ser “incapaces de comprender la gratuidad de la invitación”. Una actitud ante la cual el Papa Francisco hizo una recomendación:

“Y si no se comprende la gratuidad de la invitación de Dios no se entiende nada. La iniciativa de Dios siempre es gratuita. Pero para ir a este banquete, ¿cuánto hay que pagar? El boleto de entrada es estar enfermo, es ser pobre, es ser pecador… Así estos te dejan entrar. Este es el boleto de entrada: estar necesitado, tanto en el cuerpo como en el alma. Pero, para la necesidad de cuidado, de curación, hay que tener necesidad de amor…”.

De manera que hay dos actitudes: por una parte la de Dios que no hace pagar nada y dice después al siervo que conduzca a los pobres, a los lisiados, a los buenos y a los malos. Se trata de una gratuidad que “no tiene límites”. Dios – subrayó el Santo Padre – “recibe a todos”. Por otra parte, está el modo de actuar de los primeros invitados que, en cambio, no comprenden la gratuidad. Como el hermano mayor del Hijo Pródigo, que no quiere ir al banquete organizado por el padre para su hermano que se había ido, y que no entiende.

“Pero a éste, que ha gastado todo su dinero, que ha gastado la herencia, con los vicios, con los pecados, ¿tú le haces fiesta? ¿Y yo que soy un católico, que practico, que voy a misa todos los domingos, que cumplo con las cosas, a mí nada?”. Este no entiende la gratuidad de la salvación, piensa que la salvación es fruto del “yo pago y tú me salvas”. Pago con esto, con esto, con esto… No. ¡La salvación es gratuita! Y si tú no entras en esta dinámica de la gratuidad no entiendes nada. La salvación es un don de Dios al que se responde con otro don, el don de mi corazón”.

El Papa Francisco volvió a referirse a quienes piensan en sus propios intereses, que cuando oyen hablar de dones, saben que se deben hacer, pero que inmediatamente piensan en “la devolución”: “Haré este regalo”, y él después “en otra ocasión, me hará otro”.

En cambio el Señor “no pide nada a cambio”: “Sólo amor y fidelidad, como Él es amor y Él es fiel” – dijo el Papa Bergoglio – evidenciando que “la salvación no se compra, sencillamente se entra en el banquete”. “Bienaventurado quien tomará alimento en el Reino de Dios”: ésta es la salvación.

Pero aquellos que no están dispuestos a entrar en el banquete, “se sienten seguros”, “salvados a su modo, fuera del banquete”. “Han perdido el sentido de la gratuidad – explicó Francisco – el sentido del amor”. “Han perdido – añadió – una cosa más grande y más bella aún y esto es muy malo: han perdido la capacidad de sentirse amados”.

“Y cuando tú pierdes – no digo la capacidad de amar, porque eso se recupera – la capacidad de sentirte amado no hay esperanza, has perdido todo. Nos hace pensar en lo que está escrito en la puerta del infierno dantesco: “Dejen la esperanza”, has perdido todo. Debemos pensar ante este Señor: “Porque yo les digo, yo quiero que mi casa se llene”. Este Señor que es tan grande, que es tan amoroso, que en su gratuidad quiere llenar la casa. Pidamos al Señor que nos salve de perder la capacidad de sentirse amados”.

(María Fernanda Bernasconi – RV).

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