“La guerra causa siempre graves daños al ambiente. No maltratemos nuestra casa común, protejámosla para las generaciones futurasâ€, lo escribe el Papa Francisco este 6 de noviembre, en su cuenta oficial de Twitter, @Pontifex, en el DÃa Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados.
Con esta celebración, la Organización de las Naciones Unidas busca crear conciencia para la prevención de la explotación del medio ambiente en la guerra y los conflictos armados, medio ambiente que con frecuencia ha sido la vÃctima olvidada de las guerras. En esta celebración, recordamos las palabras que pronunció el Santo Padre durante su Visita a la Sede de la Organización de las Naciones Unidas, en Nueva York, el 25 de septiembre de 2015, en el marco de su Viaje Apostólico a Cuba y los Estados Unidos de América.
“La labor de las Naciones Unidas, a partir de los postulados del Preámbulo y de los primeros artÃculos de su Carta Constitucional, puede ser vista como el desarrollo y la promoción de la soberanÃa del derecho, sabiendo que la justicia es requisito indispensable para obtener el ideal de la fraternidad universal. En este contexto, cabe recordar que la limitación del poder es una idea implÃcita en el concepto de derecho. Dar a cada uno lo suyo, siguiendo la definición clásica de justicia, significa que ningún individuo o grupo humano se puede considerar omnipotente, autorizado a pasar por encima de la dignidad y de los derechos de las otras personas singulares o de sus agrupaciones socialesâ€.
El panorama mundial hoy nos presenta, muchos falsos derechos, afirmaba el Santo Padre y a la vez grandes sectores indefensos, vÃctimas más bien de un mal ejercicio del poder: el ambiente natural y el vasto mundo de mujeres y hombres excluidos.
Ante todo, hay que afirmar que existe un verdadero «derecho del ambiente» por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta lÃmites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre, aun cuando está dotado de «capacidades inéditas» que «muestran una singularidad que trasciende el ámbito fÃsico y biológico» (Laudato si’, 81), es al mismo tiempo una porción de ese ambiente.
Segundo, porque cada una de las creaturas, especialmente las vivientes, tiene un valor en sà misma, de existencia, de vida, de belleza y de interdependencia con las demás creaturas. Los cristianos, junto con las otras religiones monoteÃstas, creemos que el universo proviene de una decisión de amor del Creador, que permite al hombre servirse respetuosamente de la creación para el bien de sus semejantes y para gloria del Creador, pero que no puede abusar de ella y mucho menos está autorizado a destruirla. Para todas las creencias religiosas, el ambiente es un bien fundamental (cf. ibÃd., 81).
El abuso y la destrucción del ambiente, señalaba el Obispo de Roma, van acompañados por un imparable proceso de exclusión. En efecto, un afán egoÃsta e ilimitado de poder y de bienestar material lleva tanto a abusar de los recursos materiales disponibles como a excluir a los débiles y con menos habilidades.
La crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economÃa mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre: «El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sà solo.
La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y los pueblos.
Para tal fin hay que asegurar el imperio incontestado del derecho y el infatigable recurso a la negociación, a los buenos oficios y al arbitraje, como propone la Carta de las Naciones Unidas, verdadera norma jurÃdica fundamental. La experiencia de los 70 años de existencia de las Naciones Unidas, en general, y en particular la experiencia de los primeros 15 años del tercer milenio, muestran tanto la eficacia de la plena aplicación de las normas internacionales como la ineficacia de su incumplimiento. Si se respeta y aplica la Carta de las Naciones Unidas con transparencia y sinceridad, sin segundas intenciones, como un punto de referencia obligatorio de justicia y no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias, se alcanzan resultados de paz. Cuando, en cambio, se confunde la norma con un simple instrumento, para utilizar cuando resulta favorable y para eludir cuando no lo es, se abre una verdadera caja de Pandora de fuerzas incontrolables, que dañan gravemente las poblaciones inermes, el ambiente cultural e incluso el ambiente biológico.
(Renato Martinez)